lunes, junio 22, 2020

Hambrientos





Cuántas veces una amiga conoce un chico un fin de semana y a las pocas horas ya se ha montado toda una vida con él.  Como uno puede imaginar, cuando pasan los días y el chico no llama o le responde con evasivas o, simplemente, demuestra con sus hechos que lo que quiere sólo es un rollo temporal y nada más, mi amiga se derrumba, llora desconsolada en el sofá y se dice que jamás volverá a confiar en otro hombre. Hasta que vuelve a picar. Es un círculo sin fin. ¿Por qué? Porque esta amiga o cualquier amigo en una situación similar –esto también le ocurre a los varones— siempre actúa del mismo modo: se deja llevar como hoja al viento y no, la cosa no va así.

Queridas y queridos, en el amor, como a la hora de pedir un menú, hemos de saber lo que queremos, incluso con todo lujo de detalles y, por supuesto, darnos la importancia que nos merecemos. Si te respetas un mínimo, no colocarás a esa persona que acabas de conocer en la cima de tu existencia. Básicamente porque no se lo ha ganado y porque casi nunca es recíproco. Los hambrientos de amor construyen un universo alrededor de un desconocido, fabrican un castillo de cartón piedra —muy espectacular, eso sí– que, indefectiblemente, se derrumba.

Sorprende y hasta puede causar cierto humor lo similares que son las situaciones y las cábalas que pueden fabricarse los pretendientes cuando la otra persona no reacciona como nosotros soñábamos. No me llama: ¿le habrá pasado algo? ¿Tendré cobertura? ¿Me habré quedado sin datos? Pobre, la vida le ha tratado muy mal y es desconfiado, tendremos que darle tiempo y espacio para que descubra que yo soy lo que ha esperado toda la vida. Cierto, es de risa, si no fuera porque luego esa persona sufre y encadena una con otra este tipo de situaciones. Y se preguntan ¿Qué le pasará a esa otra persona? ¿Qué querrá de la vida? Y están dispuestas y dispuestos a inmolarse por alguien que no ha apostado ni un chavo por ellos. Y lo peor: ellos y ellas no se hacen jamás esas preguntas importantes. Yo, como amiga que soy, a veces incluso con cierta crueldad les hago este interrogatorio…pero deja de pensar en qué querrá, qué pensará, en qué andará la otra persona ¿Qué es lo que quieres tú? ¿De verdad este es tu ideal de relación? ¿Qué esperas de la vida? ¿Qué esperas de ti mismo y de ti misma? ¿Encadenarte a personas a las que no le interesas lo más mínimo, que a lo sumo te verán como una mascota graciosa?

Al amor no se puede llegar con hambre, igual que no puedes ir al súper con el estómago vacío porque comprarás cosas que no necesitas y que incluso perjudican tu salud. Al amor tienes que llegar lleno, lleno de ti, de amor propio y pleno conocimiento de qué te hace feliz.


Imágenes de  Linda Bouderbala c

lunes, junio 15, 2020

Señorita Escarlata




Con lo que era yo del HBO, con su Sexo en Nueva York, con los Soprano y deciden eliminar de su catálogo Lo que el viento se llevó tras varias quejas que acusaban al film de racista. Vamos a ver, si ahí la que ponía siempre los puntos sobre las íes era “mami”, que reñía a la sita Escarlata cuando le fruncía el corpiño. Yo acusaría a la película, quizá, de promover la anorexia porque la niña no quería comer y la primera que le dice que no coma es su madre: es de mal tono que una señorita se atiborre en una fiesta.

Lo que el viento se llevó también puede ser acusada de machista. ¿Qué me dicen da la escena de las escaleras? Ese Clark Gable dominante y tan seguro de sí mismo se lleva a la niña escaleras arriba con cara de “si quieres, como si no” ¿Y lo que nos pone un hombre así en determinados momentos? Dentro de un contexto, claro, no me malinterpretéis porque lo otro es violación.

En fin, queridas y queridos, que los gerifaltes de las grandes cadenas y de esta sociedad han decidido que somos tontos del todo y que nos falta criterio para discernir la realidad de la ficción. Y si el esclavismo era una realidad durante la gran guerra americana ¿Qué problema hay? Margaret Mitchell lo describe perfectamente en su novela, al igual que la dantesca escena de la estación de tren de Atlanta y de esos soldados moribundos, o sin brazos, o sin piernas.

Si nos ponemos así, deberíamos eliminar del catálogo HBO American Phsyco porque promueve el asesinato femenino o, quizá, El lobo de Wall Street porque todas las mujeres que salen en esa película se venden por dinero. Todas. Por supuesto, Sexo en Nueva York debería ir fuera porque no hay ninguna afroamericana entre sus protagonistas, ni en Friends, ni en Los Soprano ¿Qué pasa, que no hay italoamericanos de color? Seguro que sí.

La estupidez humana es infinita y nos quieren convertir en infinitos lerdos, aborregados, incapaces de seleccionar con criterio propio.

Odio la corrección política, coarta la libertad de expresión y, lo peor, instala una feroz autocensura en todos y cada uno de nosotros.

Cultura y educación nos ahorrarían muchos disgustos. La corrección se aprende observando los buenos modales ajenos, viajando y leyendo mucho, amando y cohabitando otras culturas, sumergirse en ellas y ser capaz de comerte una paella o un bocadillo cajún sin ningún problema.

La diversidad es el auténtico tesoro. El premio gordo. Amar lo diferente nos engrandece, hace que nuestra vida sea más divertida; entiendes y hasta quizá adoptes los dialectos y los vocablos de otras culturas, incluso sus costumbres.

Lo que el viento se llevó es un clásico maravilloso. Más larga que un día sin pan, eso sí. Es como El Padrino o Ben hur, pertenecen a ese ramillete de películas para pasar la tarde y sumergirte en otro mundo. Y que nadie se engañe, que la Señorita Escarlata todavía cohabita con nosotros. Ayuso, podría serlo ¿O no?.

lunes, junio 08, 2020

El placer de las mujeres


 

En los años 80 la uróloga y cirujana Helen O’Connell descubrió que lo que se puede apreciar a simple vista del clítoris es una minucia, a penas la punta del iceberg, como lo podría ser el glande del pene masculino. La pepitilla forma parte de una estructura hundida profundamente bajo la piel con varios componentes que encajan entre la vulva y el monte de venus que, a su vez, envuelve la uretra y la vagina. Ahí es nada. El clítoris, ese gran desconocido.

La famosa Anatomía de Grey, el manual que utilizan los cirujanos, apenas lo describe, tuvo que llegar Helen y descubrir esta macro estructura que se esconde en el vientre femenino. Al parecer, Grey no estaba demasiado interesado en la sexualidad femenina como no lo ha estado el resto de la medicina tradicional. La historia ha negado el clítoris, ese órgano cuya única función es generar placer en los cuerpos gloriosos de las mujeres felices. El propio Masters fue expulsado de la Universidad de San Luis por proclamar que las mujeres son superiores al hombre sexualmente hablando. Podemos tener orgasmos más largos y más seguidos. Es más: a la hora de disfrutar, no necesitamos a los hombres para nada. El escándalo que se formó fue considerable. Imaginaos lo que podía suponer en los años 50 mostrar el interior del conducto vaginal de la mujer en plena excitación a pantalla completa en una sala abarrotada de hombres.


Freud también contribuyó lo suyo al establecer una jerarquía entre el orgasmo vaginal y clitoridiano y considerar al segundo inmaduro o de inferior calidad. Sobre todo, porque ese orgasmo lo puede conseguir la mujer con la masturbación, sin la necesidad de ser penetrada.

La ciencia se ha encargado de demostrar que todos los orgasmos empiezan por el clítoris y si no, no hay orgasmo. Lo mismo pasa con el famoso punto G. Un pene erecto que se dirija como un cohete a dicho lugar no conseguirá nada, quizá irritación en las paredes vaginales si intenta llegar ahí sin excitación previa. El efecto del placer es indirecto, explica Helen, ya que todo el suelo pélvico y cualquier cosa que ocurre en la abertura de la vagina influyen en la respuesta orgásmica.

Conocer algo más del placer de las mujeres es positivo para todos, imagino que también para los hombres heteros. No os sintáis amenazados, queridos, no somos tan complicadas, simplemente, no estamos locas, sabemos lo que queremos y lo que no, también.

 

lunes, junio 01, 2020

Mascarillas al suelo




Lo de ir tan protegidos contra el coronavirus es una buena metáfora ¿De qué? Aún no sabría decirlo, francamente, pero la mascarilla está a la altura de la boca, quizá para no decir demasiadas inconveniencias. Y también te tapa la nariz quizá para no aspirar el olor a rancio de determinados pensamientos que se extienden como una peligrosa mancha de aceite por nuestro país.

Mi hermano odia el hecho de llevar mascarilla. Dice que es un burka y quizá en parte no le falte razón. Es también un modo de uniformarnos. De borrarnos la sonrisa de la cara y de arrebatarnos un poquito esa personalidad que se nos escapa por la comisura de los labios.

Los líderes salen a la palestra, sin embargo, sin mascarilla y algunos hacen alarde de un ego gigantesco porque sí, porque pueden. Porque tú llevas mascarilla y ellos no, eso los legitima a abandonar el respeto en ocasiones y la cortesía parlamentaria casi siempre.

Estoy harta de tanta crispación sin mascarilla. Mientras nosotros miramos el horizonte con preocupación, ellos siembran palabras y acusaciones y se dicen en voz alta proclamas peligrosas. Y ya sabéis lo poderosa que es la palabra. Nombrar es crear aquello que se nombra. Así que ojo, con lo que decimos. Los cabalistas dicen que las palabras crean ángeles y crean demonios. No son inofensivas.

Los ciudadanos quieren soluciones y no palabras, menos aun las que se han escuchado estas semanas por parte de los políticos. Por respeto a los muertos y a los vivos. Porque llevar mascarillas no nos convierte en estúpidos, si acaso, en precavidos.

Ojalá el virus se aparte durante el estío y podamos lucir boca y sonrisa, podamos besar en el centro comercial y en una plaza concurrida. Ojalá los políticos aprendan a distinguir el brutal y peligroso ego de la sana autoestima. Ojalá las mascarillas acaben en el cajón del olvido y no en el suelo, ya vemos demasiadas convertidas en basura. Ojalá esto pase rápido y se convierta en una pesadilla tonta que contar a nuestros nietos, pero, mientras tanto, un poco de por favor, señores políticos, si es que alguno me lee.

De momento, me siento feliz, con una felicidad aprendida. Y los abrazos y los besos y las risas del reencuentro son más risas. Tenemos la gran suerte de estar vivos, aunque muchos se hayan quedado por el camino.

Las mascarillas metafóricas sí que deberían ir al suelo para que hablemos con libertad y con cabeza, claro, y que el olfato nos lleve a las ricas viandas, aunque habrá momentos en los que nos toque oler ese desastre que es el Mar Menor.

Ahora que se ha aprobado el ingreso mínimo vital, muchos vivirán con algo menos de miedo y desconsuelo. Espero que todos esos que hablan de paguita queden al descubierto, sin mascarilla, para que no olvidemos sus caras, esas caras que siempre han dado la espalda al más necesitado o lo han acusado de vago y maleante.

Mascarillas al suelo y arriba los corazones.

lunes, mayo 25, 2020

La desconfiada España




Según los psicólogos existen tres tipos de celos: los celos reactivos, que son los más normales y se producen como consecuencia de un elemento externo evidente; los celos posesivos o territoriales, en los que creemos que la pareja nos pertenece y limitamos su libertad individual y, los peores, que son los celos ansiosos. Esos que carecen de motivo fundado, que siempre están ahí, y que los impulsa la baja autoestima o una pésima relación con el género opuesto por, quizá experiencias anteriores, incluso la infancia.

Resulta que estos, los peores, son los más comunes, lo cual me preocupa. No podemos ir por la vida desconfiando siempre del otro, a menos que queramos mantener cierta cordura y equilibrio mental. Me pregunto si España es un país de celosos ansiosos y siempre andamos temiéndonos lo peor. Es más, lo traslado fuera del ámbito de la pareja. ¿Cómo queremos llegar lejos como país desconfiando siempre del otro?

¿Es España un país de pillos, bribones y pícaros? Quizá sea el mito, o no. ¿Pero es lo que realmente nos conviene como sociedad?

¿Seremos siempre ese país dividido que dice una cosa a la cara y otra a la espalda? ¿Qué hace del trilerismo virtud, en lugar de exponer a las claras nuestros mensajes e intenciones?

He pensado mucho en esta sociedad hipócrita, como lo suelen ser todas las sociedades de la vieja Europa, en las que lo que no se permite es, precisamente, ir de frente, con tu verdad por delante. Demasiada claridad genera, tachán, la palabra mágica: desconfianza.

Los usual es que uno diga una cosa, aunque en el fondo quiera decir otra. Lo usual es que sienta celos, no quizá ya tanto de la pareja que la tiene muy vista, pero sí del compañero de trabajo, del colega que asciende, del vecino que tiene un coche más grande o del amigo nuevo que se integra en un grupo y que, de pronto, acapara toda la atención.

Si nos va bien entonces pensamos en todo lo que nos hicieron pasar para llegar a esto y guardamos secretas rencillas con toda esa gente con la que compartimos incluso los días. De verdad, qué tristeza.

Entiendo que la historia y la cultura nos marcan, pero ¿por qué aferrarnos a nuestro apartado más negro e insolidario? Estamos a tiempo de rescatar el espíritu y la convivencia generada en los años de la transición. A tiempo de mirar al otro con respeto y no con odio y de erradicar la desconfianza generalizada. De lo contrario, seguiremos siendo una sociedad de inmaduros incapaz de trazar y cumplir metas porque siempre estará vigilando el camino de los demás, en lugar del propio.

El Estado confianza en sus ciudadanos. Los ciudadanos confianza en el Estado ¿No sería genial? Es evidente que estamos muy lejos de eso y no voy a lanzar culpas ni recriminaciones. Tampoco abogo por una ingenuidad lapidaria y blandita de “todo va a salir bien”. Abogo por el sentido común, no perder el horizonte, la meta y ejercer la confianza deliberada cuando sea menester.

  

domingo, mayo 10, 2020

¿Aceptas el reto?







La humanidad se divide en dos clases de personas. Las que ante un reto se ponen las pilas, evolucionan, crecen y mejoran y las que se instalan en el no. Buscan mil y una excusas y luego culpan a los demás de su lamentable situación.
En el amor y en la pareja ocurre lo mismo. Si una relación fracasa todos los que integran esa relación son responsables.

Cuando llegan los divorcios siempre ocurre igual. Las familias, amigos y convivientes con la pareja deciden que hay uno bueno y uno malo. Así de estúpidos somos. Tras un análisis superficial, se dejarán llevar por cómo está cada uno de los contrayentes y concluyen que el que está peor es “el bueno”; El que se encuentra bien, reconfortado, incluso encuentra otra pareja es “el malo” “ ¿Cómo se atreve? Terminar una relación y comenzar con otra; está claro que es un jeta y bla, bla, bla”.

Nadie conoce las interioridades de una pareja. Nadie desde afuera puede ni sospechar lo duro que resulta una ruptura; Claudicar y reconocer que lo tuyo con esa persona no funciona. Habéis comprado una casa a medias, tenéis hijos en común, incluso una buena convivencia, pero no hay manera. Tú quieres que funcione, pero no, no funciona. No hay una varita mágica cuando le explicas al otro lo que necesitas y el otro sistemáticamente sale por los cerros de Úbeda o pasa de tus requerimientos.

El amor no es un juego de perdedores como cantaba Amy Winehouse. En absoluto. El amor de verdad es un juego de ganadores que aceptan los retos, que cada día se enfrentan juntos como un equipo a lo que la vida les pone por delante. No siempre cosas agradables, como bien pueden sospechar. En el amor ganador no hay decisiones unilaterales y todo se habla: desde el menú de la semana hasta las destrezas para satisfacer a tu pareja en la cama y viceversa. En el amor son necesarios los retos. Lanzarlos y aceptarlos. Cuántas relaciones fracasan porque uno de los dos se resiste a salir de su zona de confort. Y luego encima tira balones fuera, llora por las esquinas, monserga a los amigos y familiares para que todo el mundo sepa lo malo que es el otro: una manipulación burda para hacer elegir a esas personas entre tú y tu pareja. Es despreciable.

He visto muchos ejemplos en los que alegremente las personas opinan: “no me esperaba otra cosa de fulanita, se la veía venir”. A todo esto, la fulanita lleva sin hacer el amor con su marido seis años. “Zutanito siempre ha sido así, no va a cambiar”. A todo esto, Zutanito ha sido irreprochablemente fiel, al menos 20 años de matrimonio y lo ha intentado todo por salvar la institución y la familia.

Lánzale retos a tu pareja. Si no te sigue, evidentemente, no es de tu talla. La cosa se irá a la porra y encima, después de todo, tú serás el mal@ de cara a la galería.

domingo, mayo 03, 2020

Sin sexo, no hay paraíso





La pareja es la columna vertebral de la sociedad y no la familia como se suele afirmar. ¿Por qué? Muy sencillo, si falla la pareja, la familia se dispersa ¿Y por qué fallan las parejas? Muchas de ellas comienzan a no entenderse en la cama. O no evolucionan al mismo tiempo. El sexo es el pegamento de la pareja. El sexo es, quizá, el 30% de una relación. Si el sexo falla, fallan las parejas y la familia se convierte en otra cosa. Sé que puedo sonar muy categórica y estoy segura que hay parejas y familias que se sienten unidas por otros pegamentos: el estatus social y económico, determinados valores religiosos o quizá el sentirse tan cómodos que pueden pasarse una existencia sin extrañar la intimidad y el erotismo.

Por tanto, no entro a juzgar las decisiones de cada cual en mantenerse al lado de alguien, pero sí es cierto que el sexo es el factor fundamental de atracción al principio de las relaciones y, quizá no lo sea tanto pasado cierto tiempo, pero este no debería desaparecer. Y si desaparece, llega el momento de preguntarse por qué.

La pareja la componen dos elementos y ambos deben estar de acuerdo en este aspecto, como en otros para mantener su unión. Si uno empieza encontrar aburrido lo de siempre no debe callárselo. Si uno empieza a experimentar cualquier tipo de disfunción al hacer el amor con su partenaire: erecciones poco frecuentes o no duraderas, disminución de la libido, sequedad vaginal o cualquier otro problema físico que repercuta en el sexo, igual. Díselo, no te cortes. No te dé vergüenza.

¿Qué suele ocurrir? Que a veces por satisfacer al otro mantenemos relaciones sin apetecernos un ápice, o padecemos penetraciones dolorosas si no hemos lubricado lo suficiente. O el hombre siente una presión extrema por conseguir y mantener una erección. De tal forma, que algo que debe ser divertido y lúdico se convierte en un tostón o una pesadilla. Hacer el amor sin ganas o con quién ya no te gusta o no estás confortable es como picar piedra.

Y así, vamos silenciando el malestar hasta que este se convierte en una montaña infranqueable. ¿Qué necesidad hay de esto? ¿Por qué sentir vergüenza o corte de comunicarnos estas cosas? ¿Por qué buscamos otro interlocutor del mismo sexo para desahogarnos?
Nuestra pareja debiera ser nuestro confidente, amigo, cómplice y darnos todo el apoyo y la comprensión con cualquier inconveniente que pueda surgir.

Las terapias de pareja están llenas de casos así. Una pareja muy famosa como la del doctor Masters y Virginia Johnson trataron a muchos de ellos, fueron los pioneros en la investigación de la respuesta sexual humana y fueron pareja. No fueron felices para siempre pero sí al menos 45 años de sus vidas.
Saber entenderse es saber comunicarse. Y si uno carece de herramientas o ha perdido la confianza con la persona con quien comparte su vida es el momento de buscar soluciones y reconectar. Hablar y escuchar. Algo tan simple.